La oposición parece estar haciendo todo lo posible para que en la Argentina se entienda que no tiene los pies sobre la tierra. Su sonora derrota en el Senado, el jueves 11 de marzo, no permite otras interpretaciones. Tristemente no hay en la Argentina una oposición. Hay, sí, un abanico de colectividades diversas que de vez en cuando coinciden y dicen que son la oposición. Pero como agrupamiento o coalición compacta, hoy no existe, y no se dan cuenta que los argentinos, el pueblo que vota ya se dio cuenta.
Le dan fundamentos al kirchnerismo para que diga que son un "rejunte" que se hacen llamar opositores. Desde el emblemático 2005 con Borocotó, el kirchnerismo no ha dejado de frecuentar las promiscuidades políticas más explícitas; pero cuando se producen coincidencias entre los adversarios del actual gobierno, este aparenta ponerse nervioso.
Hay en el Congreso Nacional un pelotón de legisladores que corren hacia donde sopla el viento y con gran velocidad. Esta es una realidad, nos guste o no nos guste teñida de traiciones, y que describe el clima institucional que hoy impera. Todo esto frente al desafiante y compacto poder del dispositivo oficialista. Flamean, entonces, construcciones de hechos, historias, y cuentos, que conllevan tradiciones que le hacen muy mal a la Argentina. Radicales, peronistas, coalicionistas, socialistas, izquierdistas nacionalistas componen un ramillete opositor inestable, y que de seguir así se tornará inconfiable para la sociedad que los voto en junio del 2009. El oficialismo lo sabe, y les sigue el juego, y la oposición también; pero va en su contra.
El Acuerdo Cívico y Social hizo una excelente elección en el 2009. Este ayudo al radicalismo tras su larga debacle, que arrastró desde el 2001 hasta el 2009, pues de lo contrario no lo hubiese logrado, y seguiría siendo un partido del 3%. Debemos entender, claro está, que no fue Julio Cobos el que lo revitalizó al partido de Alem, Yrigoyen, Ilía, Balbín y Alfonsín. Si lo fue también, gracias al espinoso e inclemente cruce del desierto, el que capitaneó el jujeño Gerardo Morales, y hoy, por consiguiente, hay un Comité Nacional visiblemente revitalizado y comandado por Ernesto Sanz que lidera al partido en donde nadie regala posiciones a nadie.
Pero, de cara al kirchnerismo, el radicalismo tiene dos problemas centrales que la inteligencia y serenidad de Sanz no logran por ahora conjugar. Por las terribles mochilas de las crisis de 1989 y 2001, los radicales tienen un respeto casi místico por la gobernabilidad. Jamás serán arrinconados a un dogmatismo insurgente contra los pragmáticos y audaces kirchneristas. Esta mochila les sigue pesando en estos tiempos.
Cuando los Partidos Opositores enfrentan o cruzan al Oficialismo, desde la Residencia de Olivos denuncian un golpe de estado, y en El Calafate preparan la resistencia contra los "destituyentes". Entre los partidos opositores es el radicalismo el que se angustia y se consterna, y propicia tratativas y entendimientos, que a decir verdad no sirven de nada. Ya sucedió en 1993 con el Pacto de Olivos.
El Gobierno considera como enemigos a quienes se le ponen en el camino y, cuando planifica "diálogos" básicamente está “comprando tiempo”, sin ninguna vocación que permita suponer tratativas o un entendimiento. Parte de la oposición esto lo sabe; pero la mayoría de los radicales que conducen al partido no se dan cuenta.
Si perjuicio de lo expuesto podemos decir que tenemos una oposición acomplejada de que la acusen de golpista y neoliberal, que no puede penetrar el blindado poder kirchnerista, cuyos aparatos de diseminación mediática (Canal 7, Radio Nacional, los medios "Privados" financiados por la Casa Rosada) son capaces de acusar, por ejemplo, a Pino Solanas y su Proyecto Sur de jugar a ser la izquierda de "la derecha".
El peronismo disidente, llamado federal, se integra con fracciones y dirigentes que juegan sus destinos singulares, o mejor dichos personales, tienen un ego que los ciega desde hace ya varios años. Casi todos ellos han sido gobernadores (Duhalde, Rodríguez Saa, Romero, Reuteman, Solá) y atravesado diferentes liderazgos, desde el Cafiero de los años ochenta al Kirchnerismo del 2010. Su impronta inconfundible es que ni en sus sueños mas osados se animarían a cuestionar el ADN gregario y unificador del peronismo, denominador bajo el que en definitiva coexisten. Es así no solo hoy, sino siempre, incluso en vida de Perón, cuando los "neoperonismos" tenían vigencias fugaces. Estas ramas del tronco justicialista tienen mucha adherencia: un peronismo reinante, como el actual, siempre tiene aire para extender el brazo a quien sea. ¿Acaso Kirchner no acaba de pedir que regresen a casa los hijos pródigos? Puede trabajar con todos, o no lo vivaron el jueves en Ferrocarril Oeste evocando la gesta de Cámpora en 1973, y hasta es concebible que se siente a arreglar con fuerzas y seres que hasta hace poco descalificaba como símbolos de los años Noventa. Si bien es cierto que esos peronismos son fatales contra el kirchnerismo, su discrepancia no debería ser sobreestimada. La historia permite imaginar que tienen mucho en común.
La Coalición Cívica que preside Elisa Carrió tiene tres características centrales. Reivindica una argumentación esencialmente ética que la coloca en permanente fiscal de todo y de todos. Aunque su rasgo central es el personalismo absorbente de Carrió. Carrió es desde hace diez años infatigable, pero no ha podido desarrollar una conducción plural y colectiva con figuras que sobresalgan, o porque esas figuras no se le subordinaron. Carrió, y hoy la Coalición Cívica se caracterizan por expulsar más aliados de los que alcanzan a captar, una sangría permanente que se repite desde la fundación del ARI con radicales, peronistas y socialistas.
Los Socialistas afrontan un dilema espinoso. La conducción del partido permanece fiel a los acuerdos con el radicalismo en el hoy hibernado Acuerdo Cívico y Social. Santa Fe, gobernada por la recia y ponderada gestión de Hermes Binner, no es una provincia conducida en solitario por el Partido Socialista. Gobierna un articulado Frente Progresista en el que los radicales y socialistas de la provincia tienen paridad. Pero necesidades políticas del cauteloso Binner y su propia estirpe doctrinaria colocan a su viejo partido en andariveles espinosos.
El PRO, oposición de cuño liberal que se agrupó en torno de Mauricio Macri tiende a mimetizarse de manera cambiante con los peronismos existentes, una evolución muy atada al proyecto presidencial del Jefe de Gobierno porteño que destiñe muchas de las pretensiones republicanas del PRO, obligado a navegar entre un centro derecha republicano al estilo del presidente Sebastián Piñera de Chile, y el proverbial movimientismo populista.
Finalmente, el nacionalismo de izquierda de Solanas y Lozano considera que el kirchnerismo es la derecha y lo que hay que hacer es desconocer la deuda externa y nacionalizar todo lo que se pueda. Eficaces desde la retórica mediática, hostigan por izquierda a Kirchner y desprecian por conservador al radicalismo, además de considerar ultra gorilas a quienes ven una opción en Macri.
Por ahora la Argentina exhibe un escenario de angustia permanente. Quienes gobiernan no cuentan con el apoyo mayoritario del pueblo; pero quienes se les oponen no logran una explícita y mayoritaria adhesión.
Nada es claro en estos días en donde el vértigo de la crisis política no permite apreciar con certeza hacia donde irá la Argentina. Oficialismo y oposición siguen envueltos en una batalla sin tregua, cada cual con sus razones y motivos, por el control de parcelas de poder en el Congreso, en la justicia o en las provincias.
Le dan fundamentos al kirchnerismo para que diga que son un "rejunte" que se hacen llamar opositores. Desde el emblemático 2005 con Borocotó, el kirchnerismo no ha dejado de frecuentar las promiscuidades políticas más explícitas; pero cuando se producen coincidencias entre los adversarios del actual gobierno, este aparenta ponerse nervioso.
Hay en el Congreso Nacional un pelotón de legisladores que corren hacia donde sopla el viento y con gran velocidad. Esta es una realidad, nos guste o no nos guste teñida de traiciones, y que describe el clima institucional que hoy impera. Todo esto frente al desafiante y compacto poder del dispositivo oficialista. Flamean, entonces, construcciones de hechos, historias, y cuentos, que conllevan tradiciones que le hacen muy mal a la Argentina. Radicales, peronistas, coalicionistas, socialistas, izquierdistas nacionalistas componen un ramillete opositor inestable, y que de seguir así se tornará inconfiable para la sociedad que los voto en junio del 2009. El oficialismo lo sabe, y les sigue el juego, y la oposición también; pero va en su contra.
El Acuerdo Cívico y Social hizo una excelente elección en el 2009. Este ayudo al radicalismo tras su larga debacle, que arrastró desde el 2001 hasta el 2009, pues de lo contrario no lo hubiese logrado, y seguiría siendo un partido del 3%. Debemos entender, claro está, que no fue Julio Cobos el que lo revitalizó al partido de Alem, Yrigoyen, Ilía, Balbín y Alfonsín. Si lo fue también, gracias al espinoso e inclemente cruce del desierto, el que capitaneó el jujeño Gerardo Morales, y hoy, por consiguiente, hay un Comité Nacional visiblemente revitalizado y comandado por Ernesto Sanz que lidera al partido en donde nadie regala posiciones a nadie.
Pero, de cara al kirchnerismo, el radicalismo tiene dos problemas centrales que la inteligencia y serenidad de Sanz no logran por ahora conjugar. Por las terribles mochilas de las crisis de 1989 y 2001, los radicales tienen un respeto casi místico por la gobernabilidad. Jamás serán arrinconados a un dogmatismo insurgente contra los pragmáticos y audaces kirchneristas. Esta mochila les sigue pesando en estos tiempos.
Cuando los Partidos Opositores enfrentan o cruzan al Oficialismo, desde la Residencia de Olivos denuncian un golpe de estado, y en El Calafate preparan la resistencia contra los "destituyentes". Entre los partidos opositores es el radicalismo el que se angustia y se consterna, y propicia tratativas y entendimientos, que a decir verdad no sirven de nada. Ya sucedió en 1993 con el Pacto de Olivos.
El Gobierno considera como enemigos a quienes se le ponen en el camino y, cuando planifica "diálogos" básicamente está “comprando tiempo”, sin ninguna vocación que permita suponer tratativas o un entendimiento. Parte de la oposición esto lo sabe; pero la mayoría de los radicales que conducen al partido no se dan cuenta.
Si perjuicio de lo expuesto podemos decir que tenemos una oposición acomplejada de que la acusen de golpista y neoliberal, que no puede penetrar el blindado poder kirchnerista, cuyos aparatos de diseminación mediática (Canal 7, Radio Nacional, los medios "Privados" financiados por la Casa Rosada) son capaces de acusar, por ejemplo, a Pino Solanas y su Proyecto Sur de jugar a ser la izquierda de "la derecha".
El peronismo disidente, llamado federal, se integra con fracciones y dirigentes que juegan sus destinos singulares, o mejor dichos personales, tienen un ego que los ciega desde hace ya varios años. Casi todos ellos han sido gobernadores (Duhalde, Rodríguez Saa, Romero, Reuteman, Solá) y atravesado diferentes liderazgos, desde el Cafiero de los años ochenta al Kirchnerismo del 2010. Su impronta inconfundible es que ni en sus sueños mas osados se animarían a cuestionar el ADN gregario y unificador del peronismo, denominador bajo el que en definitiva coexisten. Es así no solo hoy, sino siempre, incluso en vida de Perón, cuando los "neoperonismos" tenían vigencias fugaces. Estas ramas del tronco justicialista tienen mucha adherencia: un peronismo reinante, como el actual, siempre tiene aire para extender el brazo a quien sea. ¿Acaso Kirchner no acaba de pedir que regresen a casa los hijos pródigos? Puede trabajar con todos, o no lo vivaron el jueves en Ferrocarril Oeste evocando la gesta de Cámpora en 1973, y hasta es concebible que se siente a arreglar con fuerzas y seres que hasta hace poco descalificaba como símbolos de los años Noventa. Si bien es cierto que esos peronismos son fatales contra el kirchnerismo, su discrepancia no debería ser sobreestimada. La historia permite imaginar que tienen mucho en común.
La Coalición Cívica que preside Elisa Carrió tiene tres características centrales. Reivindica una argumentación esencialmente ética que la coloca en permanente fiscal de todo y de todos. Aunque su rasgo central es el personalismo absorbente de Carrió. Carrió es desde hace diez años infatigable, pero no ha podido desarrollar una conducción plural y colectiva con figuras que sobresalgan, o porque esas figuras no se le subordinaron. Carrió, y hoy la Coalición Cívica se caracterizan por expulsar más aliados de los que alcanzan a captar, una sangría permanente que se repite desde la fundación del ARI con radicales, peronistas y socialistas.
Los Socialistas afrontan un dilema espinoso. La conducción del partido permanece fiel a los acuerdos con el radicalismo en el hoy hibernado Acuerdo Cívico y Social. Santa Fe, gobernada por la recia y ponderada gestión de Hermes Binner, no es una provincia conducida en solitario por el Partido Socialista. Gobierna un articulado Frente Progresista en el que los radicales y socialistas de la provincia tienen paridad. Pero necesidades políticas del cauteloso Binner y su propia estirpe doctrinaria colocan a su viejo partido en andariveles espinosos.
El PRO, oposición de cuño liberal que se agrupó en torno de Mauricio Macri tiende a mimetizarse de manera cambiante con los peronismos existentes, una evolución muy atada al proyecto presidencial del Jefe de Gobierno porteño que destiñe muchas de las pretensiones republicanas del PRO, obligado a navegar entre un centro derecha republicano al estilo del presidente Sebastián Piñera de Chile, y el proverbial movimientismo populista.
Finalmente, el nacionalismo de izquierda de Solanas y Lozano considera que el kirchnerismo es la derecha y lo que hay que hacer es desconocer la deuda externa y nacionalizar todo lo que se pueda. Eficaces desde la retórica mediática, hostigan por izquierda a Kirchner y desprecian por conservador al radicalismo, además de considerar ultra gorilas a quienes ven una opción en Macri.
Por ahora la Argentina exhibe un escenario de angustia permanente. Quienes gobiernan no cuentan con el apoyo mayoritario del pueblo; pero quienes se les oponen no logran una explícita y mayoritaria adhesión.
Nada es claro en estos días en donde el vértigo de la crisis política no permite apreciar con certeza hacia donde irá la Argentina. Oficialismo y oposición siguen envueltos en una batalla sin tregua, cada cual con sus razones y motivos, por el control de parcelas de poder en el Congreso, en la justicia o en las provincias.
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